Entre las acuciantes demandas de la sociedad de hoy está, sin duda, la del liderazgo. Personas e instituciones claman por buenos líderes, en todos los órdenes. Es un reclamo justificado. Unas veces por ese fenómeno de orfandad y falta de guía que tanto pesa en el desequilibrio social y de las instituciones, otras por la presencia de liderazgos negativos que se apropian de las decisiones de los ciudadanos, anulan sus posibilidades de acción y los arrastran en dirección equivocada. No es ese, desde luego, el liderazgo que la sociedad requiere. Al contrario, el clamor es por un liderazgo eficaz, con formación, entrenado en las prácticas del escuchar, del intuir, del analizar, del comunicar, del decidir, del organizar, del rectificar, del perseverar, del aprender tanto de los éxitos como de los fracasos. Un liderazgo así requiere formación.
En la espera de líderes, la sociedad ha dejado muchas veces la solución al azar, a la aparición casi milagrosa de la persona extraordinaria, superior a las demás, dotada de saber y carisma, intachable y protegida contra toda duda ya debilidad. Ese no es el camino. El líder, como nadie, necesita formación. No bastan ni el talento ni la voluntad. Y si el carisma nunca fue suficiente, ahora menos. La complejidad de la sociedad exige contar con algo más que intuición, arrojo y buenas intenciones, sobre todo si a lo que se aspira es a un liderazgo constructivo, inteligente, generador de confianza, apoyado en una visión estratégica bien definida, en la disciplina y en el ejemplo. Hay quien dice que el liderazgo es tanto una ciencia como un arte; habría que añadir que es una disposición, una forma de ser, una decisión de asumir responsabilidades, de alistarse en primera fila, de ser mejor ciudadano…
Una forma de medir la importancia de atender la formación de líderes y la complejidad de esta tarea es pensar en lo que se espera de ellos. Del líder, en efecto se espera un conjunto de virtudes o cualidades más una suma de capacidades y una suma de habilidades Entre las virtudes están, entre otras, firmeza de carácter, sensibilidad, empatía, buen criterio para tomar decisiones, confianza, respeto, cooperación, austeridad, sinceridad, pasión, dedicación, tenacidad. Entre las capacidades, las de interpretar correctamente los datos de la realidad, comunicarse con claridad, responder a los cambios con creatividad, mantener la mente abierta a nuevas ideas, apoyarse en los demás, crear alianzas efectivas y sostenerlas, plantear a la sociedad las preguntas adecuadas y lograr las respuestas adecuadas. Entre las habilidades exigidas a un líder están como indispensables las de trabajar en equipo, estimular la colaboración, facilitar el diálogo, analizar, predecir, planificar, coordinar. Preparar un líder es, en consecuencia, mucho más que dotarle de información especializada. Es, sobre todo, atender la formación de su personalidad, forjar su carácter, incorporar a su conciencia y a su convicción los valores de justicia, de honestidad, de trabajo, de compromiso.
Si para la sociedad y las instituciones es una urgencia preocuparse por la formación del liderazgo, es también la primera responsabilidad de quien aspira a ejercerlo. Para la sociedad es una condición para el mejor ejercicio de ciudadanía; para los líderes o aspirantes a serlo, una obligación a la que no pueden renunciar sin renunciar al mismo tiempo al propio liderazgo o sin degradarlo.
Gustavo Roosen
Presidente AVAA